NUESTRA ÚLTIMA JUERGA

El amigo Paco andaba de capa caída y no era para menos. Su hermana Pino, única hembra de la familia, hubiera fallecido por aquellos días después de una larga y penosa enfermedad y como ocurre en estos casos de muerte siempre nos supera y desborda, dejándonos vacíos y desolados sin apenas orientación y cuestionándonos absolutamente todo, Dios, cielo, existencia…
En fin, quien lo haya pasado sabrá de lo que les hablo, por lo que se me ocurrió pegarle un telefonazo y convocarle aquí en Tenteniguada para conversar un rato, echarnos unas vinosas y en la medida de lo posible, animarlo y animarnos un poco, por aquello de que tristeza compartida toca a menos. Y así fue.
-¡Vente pa’rriba!-le dije.
-Ah, vale. Y de paso me llevo a Agustín si está por la labor, claro- me contestó.
-Buena idea. Nos vemos en una hora más o menos, aquí en El Puente- concluí.
Antes de continuar, o para mejor continuar, quiero decir algo. El amor y la amistad son dos de los sentimientos o expresiones más hermosas del ser humano, pero también las más extrañas y contradictorias. ¿Por qué nos enamoramos de una persona y no de otra?, ¿Por qué brindamos nuestra amistad y confianza a tal o cual cristiano o cristiana, aún siendo diametralmente opuesta a nosotros?
Quien pueda responder que lo haga, yo solo puedo decir que Agustín y quien esto escribe estábamos en las antípodas o que éramos tan diferentes como la noche del día, pero aún así encajábamos y congeniábamos bien y eso explica, quizás en cierta medida, que nuestra amistad durara bastantes años sin grandes convulsiones o crisis significativas, hasta tal punto que junto a Nono Castro, Juan el largo, Miguelo Monzón, Gonzalo el colorao y algunos más que dejo atrás por razones de espacio y memoria, estuviéramos por crear, si no el cuarteto de Alejandría (porque éramos más de cuatro) sí una especie de consejo de sabiondos o de come-mierdas que dejara atrás las asperezas y rencillas y reconciliara afectiva y emocionalmente a Tenteniguada pueblo con el casco barrio. ¡Las copas son el diablo! Bueno, coñas aparte.
El caso fue que de este consejo o como quiéramos llamarle, Agustín fue por razones obvias el militante o amigo más duradero y perseverante, con quién compartí más juergas, más tiempo, más todo. Tal vez fuera por afinidad ideológica o cultural, signifique esto lo que signifique. A saber.
Lo realmente cierto es que ahora estamos aquí en el Bar el Puente, tratando de animar a Paco Domínguez en su mal trago y parlando sobe esta vida y la otra, mientras vino va y vino viene, ya que como dijo el poeta Ceferino, el vino acorta la distancia y agiliza el camino o algo parecido.
Y como sucede cuando un grupo de amigos que ya han dejado muy atrás la cinquentena se juntan, no pueden evitar hablar de la vejez, la enfermedad y el gran tabú de la muerte, máxime si como en este caso, ambas circunstancias estaban dolorosamente recientes. Recuerdo que en un momento de la conversación nos comentó Agustín que estaba un poco preocupado porque le dolía la cabeza con cierta frecuencia y que además le pitaban los oídos horrores.
-¿Te ha visto el médico?-le preguntamos.
-Seguro que es sinocite o catarros mal curados- terció Paco, como restándole importancia.
-Eso también cree el médico- nos dijo.
-Ya verás que no es nada grave- concluimos.
Y seguimos con nuestra parrandola y tonterías etílico-filosóficas, en tanto la noche se adentraba inevitablemente en la madrugada, hasta que finalmente alguien mentó a la temerata, o para entendernos, a la muerte, o mejor dicho, cómo nos gustaría que fuera la escenificación de nuestro último acto. Creo recordar que Paco aquí no estuvo muy activo que digamos.
Domínguez, aunque no lo parezca, es un hombre de ciertas convicciones o rutinas religiosas, ante lo cual nos quitamos cachorra y boina, por lo que dedujimos que estaba por el enterramiento o nichamiento convencional. Yo como buen o mal snob o enteradillo (lo dejo al libre criterio de cada cual) opté claramente por la incineración, pero maticé que en cualquier caso daba opción o posibilidades a mis hijos para que hicieran lo que les resultara más cómodo y económico. A fin de cuentas, a mí ni fu ni fa, ya que son ellos los que tengan que cargar con el muerto y nunca mejor dicho, Y finalmente opinó Agustín, que como de costumbre todo lo expresaba con vehemencia y pasión desbordante, que quien no lo conociera podría pensar que era un poco caja destemplada o un exaltado a punto de fanatizarse.
-Saben lo que les digo-explosionó- que antes que me prendan fuego prefiero que me entierren aquí en Tenteniguada.
-Muchas gracias hombre. Tanto tiempo combatiendo el nacionalismo de sotana y campanario y ahora me sales con esas. ¡Cochino marrano!- y rompimos a reír a carcajada limpia.
Esta fue nuestra última noche de juerga. Pocas semanas más tarde fue ingresado en el insular. El resto de la historia es de sobra conocida por todos. Lo que sí les digo es que con su muerte perdí a uno de mis mejores amigos.
Tal vez el más fogoso y calentón, pero el más generoso, entrañable y jablantín, con quien era muy fácil discutir, pero muy difícil aburrirse y que sin él Valsequillo es más desamorable e inhóspito, menos hospitalario, menos Valsequillo y yo menos Lelo cada día.
Lelo
Tenteniguada
Agosto 2022
Como si los estuviera viendo. Qué bonito homenaje a la amistad, qué última de juerga, que en paz descanse…
No cabe ninguna duda que el amigo Agustín nos dejó un poco (bastante) desamparados.
Recuerdo ese encuentro grato en el que, además del tema estrella del relato, analizamos varias cuestiones de actualidad en aquel momento y actuales ahora. También barajamos posibles salidas a los distintos problemas.
Muchas gracias a Maestro Lelo (Primo Lelo) y muchas gracias al amigo Agustín por todos esos grandes momentos en los que además siempre dejábamos cuestiones para otro encuentro.