CASI UN CUENTO: VALSEQUILLO SE ESCRIBE CON UVE
Mi hermana Estrella se crió con Rafaela, su tía y la mía.
Rafaela no tuvo hijos y jalagó y embulló a mi hermana todo lo que pudo para que le hiciera compañía y de paso liberar y aliviar a su hermana, nuestra madre, en el duro trabajo del aparecería, donde los pequeños siempre eran un problema, una carga añadida, amén de una boca más que alimentar, en tanto durara la zafra.
Pero lo que ocurre con bastante frecuencia que el roce es al cariño lo que el hábito al monje. Y se encariñaron ambas, aparte que después a mi madre le daba pena desprender a la chiquilla de los brazos de su hermana y como prácticamente vivíamos puerta con puerta no supuso un trauma excesivamente grande para nadie, quedando así la cosa.
Hay que decir que por casa de mi tía pasamos todos nosotros, bien por las golosinas –tenía un cafetín- bien por aquellos inolvidables bocadillos de conservas Conchita o de sardinas en aceite a media tarde…o porque, sencillamente, tenía buena mano para los chiquillos. El caso fue que Estrella se quedó con ella hasta su muerte, que fue el otro día. Mi hermana, algunas veces, nos ha dicho y no sin cierta nostalgia o amargurilla que siempre echó en falta la bulla y las parrandolas de sus hermanos. Pero nosotros la hemos consolado ¿o atajado?, diciéndole que al menos ella pudo asistir a la escuela con normalidad, comer con fundamento, ir al cine de vez en cuando y, lo más importante de todo, librarse de las brutalidades del trabajo y solajeros de Maspalomas.
Claro que podrán decirme que no es lo mismo, que si los apegos, los afectos, las emociones y tal y cual y probablemente tengan razón. Pero como quiera que los interiores de adentro siempre ha sido un terreno complejo y resbaladizo y como por aquellos tiempos tampoco se conocía mucho ese inhóspito mundo, a otra cosa mariposa y nos limitaremos a decir, porque me consta, que mi hermana compartió besos y abrazos y alguna que otra lagrimilla a partes iguales entre las dos mujeres y además, le decíamos nosotros también, que al menos ella podía presumir de tener dos madres.
Pero dejemos a mi hermana de momento y centrémonos en Rafaela y su desolador entorno, ya que pese a todo fue un portento de mujer y generosidad aquí en Tenteniguada. Verdad que no era de exteriorizar demasiado y nunca sabíamos si le dolía la cabeza o las espaldas. Si andaba bien o mal, si alegre o triste. Aún así la queríamos mucho. Tuvo ni se sabe cuántas operaciones o intervenciones quirúrgicas que se dice ahora y jamás le oímos decir esta boca es mía. Era una piedra de barranco dura y resistente la muy jeringá. Pero como les ocurre más de los deseado a las personas buenas y nobles, su vida sentimental y la otra no fue nada gratificante, fue un vivir penando. Y trabajó, para más inri, como una bestia de carga para aquel animalito que tenía por marido. No bastaba con el cafetín, que ya de por sí era bastante sacrificado, sino que también la esmigajaba con la agricultura y derivados.
Mi tío Juan, que así se llamaba, era un hombre de impulsos o venás. Si le daba por plantar papas, Tenteniguada se le quedaba corta. Si por tratar y recoger frutas arrendaba medio Valsequillo y a veces hasta San Mateo llegaba. Si por vacas o becerros lo mismo. En él no había término medio, moderación. Eso sí, al igual que mi tía, era un trabajador nato y neto. Y si algo bueno tenía, que quién trabajara para él, comía y bebía sin medida y sin clemencia hasta reventar y cobraba mejor. Lo que sea, de cada quién, reza el dicho. Y en todo esto callada y sigilosa, como una sombra o un rastro, aguantando carros, carretas y carretones, Rafaela siempre sacándole las castañas del fuego. Después del cafetín pusieron una tienda de aceite y vinagre y hasta la fecha, o mejor dicho hasta dos días antes de morir con ochenta y siete años, aunque la tienda continúa en manos de mi hermana. De ella podríamos decir que trabajó hasta la muerte. Mi tía apenas sabía leer ni escribir pero al igual que mi madre, tenía habilidades innatas para el cálculo y los números y era ella, con la ayuda puntual y esporádica de Estrella, quien controlaba el cotarro. Despachaba comestibles, servía copas –que era su fuente- hacía o le dictaba la lista de compras a mi hermana, pagaba a proveedores,….
Y pagándole a un proveedor estaba aquel día cuando acaeció la anécdota que ha dado pie a este relato. Sucedió que, mientras enseñaba el talón a mi hermana como tenía por costumbre, más por su falta de vista que por otra cosa, esta observó que había algo raro, algo que no cuadraba del todo.
-Mamá –siempre la llamó así- esto está mal escrito.
-¿Por qué, ignorante?-le preguntó Rafaela, que nunca tuvo problemas con las buenas maneras o la elegancia del lenguaje.
-Porque Valsequillo se escribe con uve y no con be como lo tienes puesto aquí –le aclaró mi hermana.
-¡Bueno…bonita cosa! ¡Cógete el fífire!
-Rómpelo o haz uno nuevo- le sugirió o mandó Estrella.
Que si sí, que si no y después de estar un buen rato con la misma matraquilla, concluyó Rafaela.
-Mira, lo que vamos a hacer es lo siguiente, yo dejo este talón tal cual y tú haces otro poniéndole la uve de Valsequillo, se lo damos aquí a Miguel –nombre del proveedor- que vaya a la caja y ya veremos cuál cobra. Si el tuyo con uve o el mío con be- y zanjaron la cuestión.
Lógicamente la cuenta bancaria estaba a nombre de mi tía y a los bancos, que sepamos, les importa un cagajón la literatura o la lengua de Cervantes.
LELO
Tenteniguada, mayo de 2018
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