LOS MUERTOS SON NUESTROS
ALBERTO ARTILES
Con los cadáveres aún calientes y el virus todavía sin solución, ya se hacen vaticinios y se especula sobre el coste de la pandemia. Los más pesimistas sitúan a los países más ricos en un escenario similar al de la Segunda Guerra Mundial. De los pobres nadie se acuerda, seguirán siendo pobres. En esta incertidumbre, donde las administraciones tienen que hacer equilibrios entre la crisis sanitaria y económica, los debates se avivan desde la oposición y los lobbies empresariales. ¿Cuántos muertos nos podemos permitir para proteger la economía mundial? ¿Cuántos fallecidos bastan para romper el confinamiento y reactivar a pleno rendimiento la industria y los servicios?
Yo, por lo menos, lo tengo claro. Pero algunos quieren imponer la respuesta y pretenden que se flexibilice más pronto que tarde el encierro para que todos volvamos a nuestras rutinas. ¿Qué más da unos miles de viejos más? La cuestión en este momento es: ¿qué vale más? ¿La protección de las personas o evitar una crisis devastadora? Una difícil disyuntiva que necesita un análisis profundo y riguroso. Una cuestión con respuestas técnicas y científicas, no políticas.
«¿Qué vale más en estos momentos? ¿Evitar más muertes o amortiguar una crisis económica histórica?»
El miedo es el que nos hace resistir el aislamiento social, el toque de queda. Al encierro continuo. El recorte de la libertad, el candado a la vida económica y pública puede hacerse insoportable. Imágenes apocalípticas del final de los tiempos. Pero, sin vacuna aún, es la única solución que nos queda. Y sin fecha en el calendario. Los científicos son conscientes de su responsabilidad por los daños, sociales y económicos, que las medidas actuales están causando en Canarias, en España, en el mundo. Por eso se reajustarán y volveremos a reinventarnos. Con sacrificios.
Sin embargo, mientras eso llegue, sigue el insoportable conteo de muertes cada jornada. ¿Cuántos muertos nos podemos dar el lujo de tener para proteger la economía? Insisto, aunque tenga clara la respuesta con el riesgo de caer en la demagogia fácil. Lo asumo.
Lo que es inadmisible es tratar de rentabilizar a las víctimas. Usar a los muertos de cualquier desgracia, lo hicieron el 11M o con las víctimas de ETA, para intentar conseguir réditos que no consiguieron en las urnas, es cuando menos vomitivo. La oposición, en unas circunstancias así, tiene una misión fiscalizadora importantísima. Desde la lealtad institucional que exige una crisis global, debe rendir cuentas y aportar, si las tuviera, soluciones que mejoren las decisiones del gobierno. No utilizar a los muertos de forma miserable y oportunistas como arma arrojadiza. No utilicen el dolor de la ciudadanía, los muertos son nuestros.
{jcomments on}