EL BAR MONZÓN
Dedicado de todo corazón a toda la familia Monzón: Eusebito, Teresita, Eusebio, Pepe, Antonio Luis, Mari, Miguelo, Pacuco y de manera muy especial a Teri.
El bar Monzón cerró sus puertas y detrás de ese cierre quedan para siempre un poco de cada uno de nosotros y un montón de recuerdos y de vivencias inolvidables; de personas entrañables; de emociones; de juegos, copas, tapas y un sétera como la casa de don Bruno que diría Panchito Guerra que en paz descanse su alma del, el señor lo tenga en su lugar de descanso.
Hace años, cuando el tiempo transcurría más despacio y las costumbres estaban más arraigadas el lugar de ocio y de encuentro de los valsequilleros era el bar Monzón. Tengo en la memoria grabado a fuego cuando era chiquitito y me comí un pescado rebozado hecho por el patriarca de la familia, Eusebito Monzón, que nunca más he vuelto a probar un pescado rebozado tan rico. También recuerdo aquella fuente grandísima de ensaladilla rusa con su lechuga espichada en lo más alto, oíga, se le hacía a uno la boca agua con sólo su contemplación. Se le amontonan a uno los recuerdos y la magua hace estragos en el alma cuando evoca este emblemático lugar donde hemos visto de todo: Jugar a la baraja, al dominó; grupitos conversando, cada cual de sus temas; algún que otro parroquiano jirimiquiando por mor de la jartera de copas; la gente de los «veteranos» y del «seiscientos» dándose de merecer detrás de aquellos disputados partidos; tirarse chapas a la sorrúa y otro sétera como el de antes.
Los Monzones tenían, como sabemos, una clientela fija, recuerdo tanto a Pepe como a Antonio Luis apuntando en la libreta los fiaos como el vale de Santa Lucía, de los que ninguno se escapó sin echar uno, yo mismo eché los mios.Hasta en eso se notaba el carácter afable y familiar de esta gente. Aunque el lugar para las anécdotas lo hago en otro apartado, si quisiera hacer hoy una excepción y contar una a propósito de lo que estamos hablando. Pepe, como sabe todo el que lo conoce, detrás de esa aparente timidez, es una persona amable y todo corazón, pero mi amigo, no lo provoque porque se vuelve un volador esrabonao. Estaba un día despachando como de costumbre cuando llega el provocante de Felo el cocinilla y empezó a hacerlo calentar, cuando ya Pepe hecho un manojo de nervios salía caliente por la barra, Felo trasponía del bar corriendo y no le daba tiempo a cogerlo. Entraba Pepe engrifao como un macho salema y volvia aquel provocante a entrar en el bar y a hacerle regañizas, salía Pepe otra vez como un tiro y volvía a desaparecer aquel tiesto del bar. Repitió varias veces lo mismo hasta que a Pepe se le llenó el gorro de jigos y, en vista de que no lo podía coger, agarró una botella de 100 Pipers y se la lanzó con todas sus fuerzas, Felo asombrao se quitó de delante y la botella se le estampó y se le espiscó a Juanito el guardia en el pecho, mal limpriaita. Juanito se quedó pidiendo agua por señas y a Felo se lo tragó la tierra, ni que decir tiene que no volvió a entrar en el bar, pero que mucho tiempo.
Nuestro querido bar fue transformándose con el correr de los tiempos desde el original con su patio y su latada de parras y al fondo la tienda de Teresita hasta convertirse por último en el restaurante Monzón sin perder su verdadera esencia pues para mi gusto el carácter de un bar o cualquier negocio lo da, aparte del lugar, el genio del dueño. En este caso la familia Monzón.
Mari monzón hizo mención en su estupendo y emocionante pregón de las fiestas de San Miguel 2017, donde la figura de Teri parecía estar presente sonriéndonos a todos, de la compra del queso arriba en Santa Brígida concretamente en la portada verde. Aunque muchos fueron los que acompañaron a Pepe para este menester, yo fui con él bastantes veces. A esto Pepe le llamaba con su gracia particular la bajada del queso y también el «vía crucis». Como en aquel tiempo se «podía» beber y conducir, no como hoy, íbamos de bar en bar para arriba y de bar en bar para abajo. En una de las ocasiones nos encontramos con Juan Antonio el bulto que en paz descanse, porque su novia era de Santa Brígida. Él cuando nos vió a Pepe y a mi se dijo ¡qué vá! esta gente no llega a Valsequillo vivos y con su coche fué detrás todo el camino vigilándonos hasta que llegamos a Las Vegas donde creyó conveniente que ya estábamos fuera de peligro. Eso si es un amigo. Años más tarde Juan Antonio relataba la historia con mucha gracia y decía: «Estos dos desde Santa Brígida hasta Valsequillo, cuantos bares hubieron, cuantos bares entraron».
Me hubiera gustado saber escribir bien para poder reflejar con exactitud estos recuerdos y hacer un perfecto retrato, no con pinturas ni con cámaras fotográficas sino con el lápiz, es por eso lector que le pido ayuda para conseguirlo y espero que sea usted capaz de imaginar y darle «vida» a lo que escribo igual que cuando contemplamos un paisaje que nuestro sentido de la estética es el que le da sentido.
AGUSTÍN DEL PINO CALDERÍN
Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Jorge Manrique. Coplas a la muerte de su padre
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