CÉSAR
Que frágil es el hilo de la vida, que injusto es a veces el destino, ¿por qué tuvo que llevarse la vida de una persona tan buena de la que lo que más destacaba era su humildad, humildad en el sentido de bondad y altruismo? La muerte de César invita a la reflexión. ¿Cuántas veces no nos enfadamos por nimiedades con amigos, familiares y otras personas de nuestro entorno? Si pensásemos un poco sobre esta súbita muerte que dejó a todo el mundo apenado y desconcertado, nos daríamos cuenta que el rencor, la envidia, el resentimiento y todas esas tonterías, más que ayudarnos nos daña de manera considerable y no sirven para nada.
Recuerdo a César en el duelo de su intimísimo amigo Chano Muñoz cuya muerte también causó un gran impacto en todos nosotros, estaba tan desconcertado por la misma como, paradojas del destino, estamos todos ahora por la de él. No se hace uno la idea de que eso es irreversible, a pesar de que sea consciente de ello le parece a uno una tremenda injusticia con la que nos sorprendió el fatídico martes.
Acabado de duchar me estaba afeitando cuando mi hija me dio la triste noticia, no me lo quería creer y le dije que comprobase si era verdad, ella me dijo que sí, que era la verdad pura y dura, me quedé amargado y en mi cabeza no cabía que eso pudiera ser verdad y le daba vueltas y más vueltas a la cosa y no hacía más que atormentarme. No queda más remedio que resignarse y aceptar la realidad por dura que sea.
Conocí a César, de vista, hace muchos años, creo que vivía en la casa de Amparito y lo veía bajar desde allí caminando y me sorprendía que saludaba a todo el que se cruzaba con él con aquel aspecto mezcla de sumisión y timidez y no sé cuando empecé a trabar amistad con él, pero sí que desde el principio me cayó tan bien que me hice amigo suyo inmediatamente. Jamás recuerdo oír de su boca una crítica a ningún amigo o amiga e incluso a ningún conocido. Cuando alguien se muere resaltamos siempre lo mejor y acabamos diciendo que era bueno, pero César tuvo la virtud de ser considerado bueno en vida y es que se lo ganó con creces, con sus fallos y virtudes como todo ser humano. Creo que eso quedó patente en el duelo, donde la diversidad de gente que fue dejaba de manifiesto que era querido por una variopinta mezcla de gente, pero todos con una cosa en común, la amistad de César.
Decía la canción de Alberto Cortez, «cuando un amigo se va, deja un espacio vacío y no lo puede llenar la llegada de otro amigo». Allá donde se encuentre el alma, la esencia, la energía o lo que quiera que sea de este buen amigo de todos que se marchó inesperadamente, allá será tan querido como lo fue aquí. No me queda sino darle mi sentido pésame a toda su familia, la de aquí y la de su querido y añorado Uruguay. Hasta siempre amigo, compañero, hermano.
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Agustín Del Pino Calderín