NI DE DERECHAS NI DE IZQUIERDAS

Populares y socialistas han jugado tradicionalmente a desequilibrar la balanza electoral con el voto de centro. Ese que es definido como el español común, alguien que no quiere dar grandes pasos hacia adelante pero tampoco recular, simplemente se conforma con mantener lo que ya tiene. En no pocas ocasiones hemos asistido a campañas electorales en las que el PP pedía el voto de los «socialistas de bien» o el PSOE intentando encandilar al electorado conservador exhibiendo su buen hacer en el arte de implementar políticas de la derecha. Ese fue el germen de Ciudadanos: ni de izquierdas ni de derechas, buscando el voto del autónomo que gana 600 euros al mes pero que se ha intoxicado leyendo libros de autoayuda neoliberal.

A eso reaccionaron círculos, mareas y confluencias del «pueblo», a las que se acercó el oportunismo de siempre. El líder vecinal que no encontraba hueco en el PSOE o la presidenta de escalera que el bloque no soportaba. Y, obviamente, surge la contrapartida de la ultraderecha, que bajo el manto de la nostalgia convence a unos cuantos cuando solo quiere meter mano en la caja.
Nada de eso, sin embargo, ha evitado que la abstención crezca de forma desorbitada hasta el punto en el que podemos decir que las democracias corren el peligro de convertirse en el gobierno de las minorías sobre la mayoría.
Las organizaciones y partidos políticos tienen la mayor responsabilidad, pero no es desdeñable el impagable servicio que se ha hecho desde los medios de comunicación al sostenimiento de este circo explotando la humana necesidad del mito y aprovechando la debilidad de que la mentira existe porque en general creemos que lo que nos dicen es verdad.
La consecuencia es que la gran mayoría de la sociedad se abstiene porque su vida, da igual quien gobierne, seguirá siendo la misma. Es algo que lo más progresistas solo perciben con el vaticinado batacazo de la noche electoral.
LUISA DEL ROSARIO (CANARIAS7)