EXPRESIDENTES A LOS QUE LES CAE UNA PENSIÓN

Circula para ser sometido a votación un estatuto para los expresidentes canarios, que, en su savia interna, constituye un soporte legal para que estos señores cobren una pensión vitalicia, y no sé si el derecho a contar con un par de funcionarios, despacho, coche oficial y chófer para administrar y gestionar sus consejos desde la experiencia. No quiero ser un aguafiestas con las recompensas eternas, pero la inflación, el euribor y la crisis energética deben ser un amortiguador de cara a estas decisiones dedicadas a crear un nuevo escalafón a amamantar por el presupuesto autonómico. Prudencia y exquisitez.

Creo que a nadie le agrada la indigencia expresidencial, en el caso de que exista una situación tan extrema, pero tampoco pienso que se aceptaría de conformidad la regalía a un patrimonio previo o inmediatamente posterior a la presidencia. Entiendo que en Canarias los tiros van por la creación de un nuevo tagoror, o bien la utilización del Consejo Consultivo para que estos patricios inunden con su sapiencia, aunque hay cocos realmente vacíos, los desérticos flujos neuronales del hecho gubernamental. Lo primero es saber si habrá algún hijo de vecino que les haga caso, dedicado como está el foro político a puentear interventores, secretarios generales o auditores, y segundo, si la misión, pese a ser de una levedad extrema, entusiasma a un jubilado que en realidad aspira a no ser reo de la obligación y más de la opinión evacuada desde la sombre de un laurel de la India con el aire de un paipái refrescándole el cogote.
Pero vamos más allá: ¿debemos sentirnos corresponsables del futuro de estos señores, tanto como para abonarles una pensión vitalicia? Pensemos, sin ir más lejos, los años de trabajo necesarios para hacerse con una pensión digna en este país. Y los que cobran el Ingreso Mínimo Vital. Y los emolumentos de las viudas. Y las retribuciones que alimentan la nueva pobreza urbana… Toda una exhibición de desigualdad a la que le cae como una bomba de neutrones esta preocupación demasiado intensa por los expresidentes.
JAVIER DURÁN