UN ESPEJO
Está muy extendida la idea de que hay cosas que mejor no tocar. Es lo que se acostumbra y, por ello, parece que se comete un sacrilegio si alguien decide tocarlo.
La campaña electoral y el desarrollo de la jornada final en las mesas electorales son dos ejemplos de fórmulas que requieren una urgente revisión.
Como era de esperar, ya tenemos las calles empapeladas con la tradicional cartelería con los rostros de los principales candidatos. A estas alturas, ¿alguien aún piensa que la ciudadanía se decantará por un candidato en concreto porque su rostro le persiga, para convencerlo en cada esquina de su barrio o ciudad?
El lado positivo de ese gasto inútil de papel es que las imprentas habrán reforzado sus plantillas y que detrás de esos cartelones y las octavillas que se repartirán hay muchos profesionales que han podido ganar un pellizco más de dinero a final de mes.
Después están los mítines. ¿Quién acude a estas llamadas abiertas al público para escuchar a los aspirantes a los distintos tronos? Pues los militantes y los que buscan dejarse ver, para, si esa fuerza política gobierna, rascar algún que otro favorcillo. Dudo muchísimo a que ningún indeciso acude a este tipo de iniciativas.
El lado positivo de estos actos arcaicos es que también dan de comer a muchos profesionales, porque montarlos no es nada barato.
Resulta asombroso que las campañas electorales sigan desarrollándose en gran medida al margen de las nuevas tecnologías. Y no me refiero a las redes sociales, ese patio de vecinos virtual donde sé que las distintas fuerzas políticas creen (erróneamente) que pescarán muchos votos.
Peo este desfase tecnológico se dispara en las mesas electorales. Allí todo es manual. Quienes hemos tenido la desgracia de que nos toque en suerte pasarnos una de esas jornadas al pie del cañón sabemos de lo que hablamos.
Los recuentos son tercermundistas, papeleta a papeleta. A eso se suma el gasto de papel. Es un insulto –sobra un torrente de papeletas y las actas que se rellenan a mano son un porrón- que, en un momento en el que a nadie se le debe escapar que la lucha por un planeta más ecológico debe ser una prioridad, se lleve a cabo este despilfarro.
Desde los clásicos griegos, el teatro ha sido un espejo en el que reflejar lo mejor y lo peor del ser humano y de la sociedad. En ocasiones, ese reflejo es realista, mientras que en otros es más fantasioso, distorsionado, en un sentido u otro, según los gustos del dramaturgo de turno.
El desarrollo electoral contemporáneo le toma el relevo y es un espejo de la sociedad en la que vivimos.
VICTORIANO SUÁREZ ÁLAMO