UNA PLAYA EN SAN MATEO
Aquel conferenciante entró como una estrella al salón de actos, repleta de ilusionados e inocentes estudiantes de la facultad de Ciencias de la Información que aún se sentían con el poder de cambiar el mundo a golpe de teclado, delante de un micrófono o frente a una cámara. Ilusos.
Ahora famoso por el uso de la polémica y la defensa derechil, por entonces aún parecía un respetado periodista, reportero de guerra y escritor que no necesitaba llamar gorda a una alcaldesa, ser cómplice de las mentiras de la gaviota ni insultar a periodistas rojos (que ironía) para mantener su silla de tertuliano en los platós más encendidos del país. Sin incluir los de Mediaset, claro.
En su presentación y trayectoria vital, antes de dar lecciones a aquellos estudiantes desde su poltrona, soltó un chascarrillo fácil y esnob (la universidad era privada) para ganarse a la sala. «Estuve viviendo unos meses en Canarias. Aún recuerdo cuando me llevaban en camello las cartas y las bombonas de butano a casa», soltó divertido sin atender que en aquella sala magna nos encontrábamos una decena de guanches con taparrabos y un plátano en la mano.
«Aquella anécdota universitaria también me sirvió para confirmar el desconocimiento y los prejuicios hacia los canarios»
Tan inconsciente como tembloroso, cuando llegó el turno de preguntas, levante la mano. No recuerdo la cuestión, era la excusa para resarcir el orgullo isleño ante aquel oprobio ante mis compañeros. Tras asaetearme con más tópicos burlescos y la condescendencia del que se considera conquistador, confirmé que la ignorancia no es exclusiva de los analfabetos. También los más ilustrados pueden ser tontos.
Aquella anécdota universitaria, recién entrado en la universidad, también me sirvió para confirmar el desconocimiento y la lista de prejuicios que pesa sobre los canarios cruzado el estrecho. Aún seguimos siendo los aplatanados, que comemos papas con mojo picón, bailamos salsa y hablamos como los venezolanos. Colombianos en mi caso, lo que hizo que algunos profesores me invitasen a «suavizar el acento» si quería trabajar en Madrizzz.
Crecimos en un recuadro en el Mediterráneo debajo de Baleares, Palma era la capital de Gran Canaria y el Teide no era el pico más alto de España, para orgullo de los granadinos. Muchos en la península no saben el nombre de la ocho islas y pocos llaman a mi isla por su nombre, un mal endémico también de demasiados grancanarios. La cosa no ha cambiado demasiado con el paso de los años, salvo que al fin nos han ubicado en el Atlántico en el Telediario.
La última ocurrencia (desliz de LaSexta) ha sido colocar una playa en San Mateo. Es para ponerse rojo. Pero estos errores de geografía de primaria de mis colegas, habituales en medios y representantes nacionales, quedan en anécdota si se compara con el desprecio de las instituciones. No es de extrañar el desdén histórico del reino con los canarios en cuanto a infraestructuras, cuentas y protagonismo. Parece que seguimos siendo ciudadanos de segunda de un lugar donde pasar las vacaciones a bajo precio a solo dos horas y media en avión.
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