EL REY Y LA DESCOMPOSICIÓN POLÍTICA
El escándalo generado por Juan Carlos I (presuntas comisiones, donaciones generosas realizadas a amigas entrañables fruto de su intermediación con Arabia Saudí y el uso de mecanismos de paraísos fiscales) no puede despacharse sin más con un comunicado. Felipe VI cometió el error de no mencionar nada al respecto en su aparición en televisión. Optó por lo fácil: constreñirse a la crisis del coronavirus. E intentar que los tejemanejes que se han conocido sobre la Casa Real queden a un lado mientras justo la sociedad está confinada en sus casas, teme el futuro inmediato y ya sabe que el horizonte socioeconómico que le aguarda es cuando menos adverso. Sin embargo, cuando la corrupción salpica de este modo, con semejante virulencia y siendo público que Felipe VI sabía lo de su padre desde hace un año, no se olvida sino que la ciudadanía toma nota.
La Corona se tambalea. Y con ello la Segunda Restauración que Juan Carlos I implementó durante la Transición: la supeditación del principio democrático a la aceptación acrítica de la monarquía; en un tablero de negociación desigual entre la dirigencia del tardofranquismo y la oposición a la dictadura. Juan Carlos I fue designado potencial sucesor, cuando el hecho natural se produjera, por Franco en 1969. Esa es la legitimación de origen. Y solo el cambio democrático y el freno al golpismo del 23F, le permitió gozar de una estabilidad que ya se ha esfumado. España no es la misma tras la Gran Recesión de 2008 (ni lo será cuando acabe el coronavirus) y el sistema de partidos se ha transformando dejando a las formaciones dinásticas y sistémicas (PSOE y PP) en una situación de precariedad.
No habrá solución (o algo similar) al conflicto político catalán sin una reforma constitucional, sea material o formal. Y esta no podrá ejecutarse (abrir el melón de la Constitución) sin preguntarse qué hacer con la monarquía. El sistema del 78 se descompone y urge efectuar remedios que al tiempo no pueden llevarse a cabo porque la Casa Real entonces podría caer. Este es el diagnóstico político, y el drama, en el que nos hallamos. Por eso el declive del rey es a la vez el del marco actual. La Segunda Restauración no dispone de herramientas para regenerarse porque los vicios estructurales de la Transición han asomado. Haría falta otro harakiri (como aquel que se hizo las Cortes franquistas que con la perspectiva del presente se entiende mejor el porqué) que, por supuesto, la monarquía no querrá padecer. ¿Cómo se sale de este laberinto? Es muy difícil.
El PSOE no puede seguir negando, junto al PP y Vox, la comisión parlamentaria de investigación sobre Juan Carlos I. En verdad, hasta la Casa Real debería ser la primera interesada en que la hubiera para así despejar y depurar todas las dudas y responsabilidades. Y el hecho de no alentarla es por sí misma una fuente de desafección ciudadana hacia Felipe VI. Tratar de silenciarlo, cuando encima puede que haya recorrido judicial en el extranjero, no es ni por asomo la solución. Al contrario, lo empeorará.
Felipe VI es rey porque su padre abdicó en 2014 cuando, después de los comicios europeos, se vislumbraba que el orden político iba a cambiar inflexiblemente. Lo que sobrevenía era imparable. Al igual que lo será ahora en medio de la crisis política y territorial que atraviesa al país que además debe lidiar con las conductas irregulares de Juan Carlos I que investiga la Fiscalía suiza y que precisamente ha sido la prensa extranjera la que ha puesto sobre el tapete. Si no es por esto, hubiésemos seguido en la ignorancia. Felipe VI compareció de manera extraordinaria en octubre de 2017 al alimón del referéndum catalán con un resultado contraproducente para sus intereses. Ayer hizo lo propio parapetándose en el coronavirus para hacer gala de un patriotismo que, bien mirado, empieza con el esclarecimiento y la consecuente factura política de los episodios de Juan Carlos I del que emana su reinado. Y esto no puede Felipe VI obviarlo, arrinconarlo y pasar página. Y mucho menos cuando la sociedad, ya hastiada, permanece recluida y asiste a una crisis sin precedentes. No se sostiene.
RAFAEL ÁLVAREZ GIL
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