QUERIDO ABUELO

Nacimos escuchando las historias que nos contabas a diario, aquellas devastadoras historias de la dura época que tuvieron que vivir. Todos mis compañeros del cole contaban las hazañas de sus abuelos, porque por muy frías y escalofriantes que fueran las anécdotas, escucharlas era aún más petrificante. Y ahí estábamos como niños todos los días con la oreja puesta antes de dormir, imaginándonos como sería el mundo si la guerra volviera a tocarnos de cerca.
Por muy duro que suene crecimos con tus historias de la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría; veíamos que el tercer mundo nunca salía de ese bucle, pero para nosotros ese era otro planeta, esos países que estaban en conflicto eran lejanos y lo único que conocían eran las armas, el fuego y la tragedia. Me gustaba pensar que eso se debía a la falta de educación, los países más pobres no sabrían la importancia del diálogo… Pobre niña inocente.

Abuelo, en el colegio conocíamos las historias de toda tu generación, el hambre que azotaba en tiempos de guerra, la ansiedad de la abuela esperando que tocaras la puerta de vuelta o que la Guardia Civil se apareciera en casa para trasladar malas noticias, todas las historias que se inventaban los jóvenes para librarse de ser reclutados…
Para nosotros era una especie de cuento, los mirábamos sin creer que pudieran pasar por tanto, agradecidos porque el mundo en el que crecimos era un lugar distinto, donde nos habían hecho creer que éramos personas libres de decidir, en un país donde el diálogo y la democracia nos daba voz y voto. Pero nos equivocábamos, el mundo se encargaba de escondernos lo malo, las noticias maquillaban a su antojo la realidad y un siglo después no hemos aprendido absolutamente nada… Seguimos manejados como marionetas por presidentes de países que no conocen el diálogo y solo buscan el poder, seguimos expuestos a lo que hará el hombre de la corbata que se niega a negociar, somos los peones en un mundo que no supo avanzar y que aunque parezca que las cosas habían cambiado nos hemos retratado en el pasado y volvemos a empezar.
Abuelo, ya no quiero recodar tus historias, ni vivirlas en mi propia carne, no quiero verme reflejada en la abuela con cara de miedo constante, no quiero volver atrás en el tiempo. Quiero vivir feliz, sin preocuparme por el daño que es capaz de hacer la humanidad, llegar a mis 80 años y reencontrarme contigo para así poder contarte la historia de mi generación donde la guerra ya no era el personaje principal.
Microrrelato en tiempos de guerra, por M. Torres de Paula.
MARÍA SANTANA