BRUJERÍA (HISTORIA REAL)

octavio

OCTAVIO MONTESDEOCA

En Canarias, siempre hemos sido un crisol de culturas, no solo desde la conquista española, sino desde hace 2.000 años, con la llegada de los pueblos bereberes del norte de África, y las incursiones de Romanos y Fenicios, que atestiguan los restos encontrados en diferentes yacimientos arqueológicos. Esa mescolanza ha producido que nos lleguen costumbres, tradiciones y supersticiones de los tres continentes: Europa, África y América. No es casualidad. Las Islas eran el puente entre estos tres continentes y por consiguiente una tierra de mestizaje. Esto llevó progresivamente a la generación de una forma de entender la magia y lo misterios de una manera peculiar.

La brujería es una de esas costumbres firmemente arraigadas en Canarias, incluso hoy en día. Como norma general se describía como «magia blanca», aunque la inquisición española consideró, que todo rito fuera de la iglesia católica era «magia negra» y más de 410 personas fueron condenadas en nuestra tierra por realizar malas artes.

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Hoy les cuento un hecho narrado por mis antepasados en lo más recóndito y agrario de mi isla: La Aldea de San Nicolás. 

Corrían los años 40 del siglo XX y la vida en el campo era muy dura en la posguerra española. Al amanecer había que ordeñar las cabras y darles de comer, y sin tiempo apenas de desayunar un mendrugo de pan duro, mojado en la leche recién ordeñada; irse pá las tierras y realizar las labores agrícolas hasta el mediodía, que el sol impedía seguir. Se aprovechaban estas horas para almorzar (guisos con verduras y gofio) y hacer las labores de casa (no existían las neveras y había que conservar la carne y el pescado en salazón, deshidratar las frutas al sol, cuidar de los chiquillos…).  No había supermercados, sino tiendas de «aceite y vinagre», pero si te faltaba algo urgente, se lo pedías al vecino más cercano, y se pagaban las deudas cuando cobraras lo que cultivabas o haciendo «trueques». Si tenías la suerte de trabajar para alguna empresa, ibas caminando desde casa, ya que apenas había coches, y de transporte público ni hablamos, por lo que a veces tenías que salir horas antes de casa para llegar a tiempo y el transporte de mercancías más conocido eran los burros, y en zonas urbanas las carretas tiradas por bueyes. Las familias eran numerosas ya que no había métodos anti-conceptivos, ni televisión. Pero este hecho no hacía que fueran pobres, bien al contrario, cuántos más hijos, más próspera era la familia, ya que podrías abarcar más tierras y más ganado, al trabajar todos/as, y con mucha suerte solo los más pequeños iban al colegio, para aprender a leer y escribir y ayudar posteriormente a sus padres analfabetos. El varón que no se casara y tuviera hijos las pasaba canutas para sobrevivir, situación que no pasaba con las mujeres que aunque se quedaran en casa de sus padres realizaban labores «femeninas» de bordados, cerámica, cuidar a sus mayores, hacer de comer para toda la familia…etc.

En este entorno nació y vivió mi «Tío Ramón» (en realidad tío de mi madre, pero era como lo conocíamos todos). Parco en palabras, siempre con el «cachorro»(sombrero canario) puesto, y trabajador como pocos. Vivía en «Pino Gordo», un pago apartado del pueblo, al que se accede incluso hoy en día caminando o en burro, sin electricidad y sin agua de abasto, pero con una tierra fértil como pocas y con agua de nacientes que vienen del vecino Parque Natural de Inagua. Tío Ramón cultivaba cereales y frutales, y cada tres días bajaba en burro al pueblo cargado de mercancía para vender y poder comprar algo a cambio. Murió soltero y su vida fue trabajar de sol a sol, tomarse un «tanganazo» de coñac, y dormir. Pero todo esto hubiera cambiado si no le hubieran hecho un «trabajo de magia blanca», que le alejó de su único y GRAN AMOR. 

En sus idas y venidas a La Aldea, había conocido a una simpática muchacha, hija del tendero, con la que hablaba mientras su padre le preparaba el encargo (latas de atún y de calamares en salsa americana Eureka, azúcar, jabón Lagarto y 1 botella de Coñac 3 cepas). Ambos contaban por aquella época 16 años y se habían enamorado, pero había muy pocas oportunidades para conocerse y una de ellas eran las verbenas de los viernes, donde se podían pasar horas bailando, pero al mismo tiempo hablando y conociéndose sin que los padres estuvieran presentes. La niña, de 16 años, era tan risueña y simpática, que era pretendida por muchos chicos que acompañaban sin rechistar a sus madres a hacer la compra, tan solo por verla, pero María (que así se llamaba la muchacha) solo tenía ojos para Ramón. Ramón tenía unos ojos azules como el cielo, y una percha hidalga como ningún otro chico aldeano. Llevaban meses hablando y habían logrado convencer a los padres de la muchacha para que la dejaran ir al baile a «la sociedad», pero acompañada por sus primas, que a modo de «escopeta», la cuidarían y la traerían sana y salva a casa al anochecer. Los bailes comenzaban después de comer, para que la gente tuviera tiempo de volver antes del ocaso, ya que no había alumbrado público y muchos vivían a horas de camino, como era el caso de Ramón, que vivía a tres horas del pueblo.

Ramón también había conseguido permiso de sus padres para ir al baile, conscientes del gran trabajo que realizaba el niño que se levantaba todos los días a las 5 de la mañana, cuando cantaba el gallo y hasta que no tenía todas las cabras atendidas no se acostaba, normalmente después de las 10 de la noche. Pero esa tarde, tenía permiso, eran conscientes de que el niño ya era un hombre y merecía divertirse un poco.

Ramón se vistió con sus mejores galas, aunque caminó descalzo y con los pantalones remangados hasta el túnel lleno de agua que tenía que cruzar antes de comenzar a descender, camino a la Aldea. Cuando salió del túnel, se terminó de acicalar y empezó el camino, hasta su amada María. Eran las 2 de la tarde y no podía perder el tiempo, María ya le estaría esperando. A pesar del día soleado, sentía frío, y comenzó a caminar y a caminar, pero le daba la sensación de que no avanzaba. Seguía viendo el pueblo muy lejos y aunque no llevaba reloj, juraría que llevaba horas caminando sin avanzar. Pensó que sería producto de su ansiedad por poder ver a María,  declararle su amor y pedirle a sus padres permiso para poder verla en su casa. 

Mientras caminaba se imaginaba como sería su vida a partir de ahora, trabajaría hasta el mediodía con el ganado y en las tierras, no comería en casa, sino que cogería un «cacho de pan» y queso duro, para ir comiendo por el camino y así pasar más tiempo con su amada y al anochecer volvería a su casa, aprovechando las noches de luna llena para alargar más la velada. Los viernes irían a bailar a la sociedad, y cuando llevaran un par de años hablando, les pediría a sus padres la mano de María. Formaría una gran familia y sus primeros hijos se llamarían igual que ellos Ramón y María y serían felices por siempre.BRUJERIA 2

Ensimismado con sus pensamientos, no había caído en la cuenta de que efectivamente, por mucho que caminaba no avanzaba, pero un trueno le hizo salir de su sueño. -¿Truenos?, ¿pero si está soleado?- Algo extraño sucedía, decidió sentarse en una piedra y recapacitar. Al hacerlo miró hacia atrás y estaba en la boca del túnel, justo donde había comenzado a caminar ya vestido de gala, camino de La Aldea. ¡Pero eso no podía ser, llevaba horas caminando!

Mientras, en el baile de la «Sociedad Recreativa», María había rechazado ya a varios «moscones» que pretendían cortejarla. Sus primas los espantaban, ya que sabían de las pretensiones de la ¨niña más hermosa del pueblo» y su príncipe de ojos azules. Eran las 6 de la tarde y Ramón debía haber llegado ya. Se impacientaba por momentos. El calor reinante en este día de verano, totalmente despejado y su nerviosismo por poder encontrarse con su amado hacía que sudara como nunca.

Mientras, Ramón no daba crédito a lo que le sucedía, nunca se emborrachaba y hoy ni siquiera había tomado una gota de coñac, no entendía lo que le estaba pasando. Se levantó con ímpetu de la piedra y en ese momento comenzó a llover como si no hubiera un mañana, con ráfagas de fuerte viento, truenos y relámpagos, pero eso no sería impedimento para que llegara por fin al lugar de encuentro con su amada, tenía que darse prisa, así que empezó a correr y aunque era gran conocedor del camino, no reconocía los parajes por los que estaba pasando, aunque pensó que era debido a la tormenta y que era lo de menos, que ahora sí notaba que avanzaba y pronto llegaría. Pero no fue así. Tras 2 horas corriendo, debería haber llegado y ni siquiera veía las primeras casas. Paró para coger resuello y se giró de nuevo para ver los pasos que había dejado atrás. Seguía en el mismo sitio.

Eran ya las 8 de la tarde y el baile se iba a terminar en media hora. María estaba muy desilusionada con Ramón. No había acudido a su cita, y no quería verle más. Así que aceptó la invitación a bailar de un vecino que había insistido mucho durante toda la tarde. En esa media hora se echaron «un par de piezas» y el joven se le declaró. Pasaron un par de semanas. María ya no salía al encuentro de Ramón en la tienda, sino que se escondía de él. Y empezó una relación con el otro muchacho. Con el tiempo se encariñó de él y se casaron, tuvieron 6 hijos y trabajaron en la tienda heredada de su padre. De Ramón nunca se supo, porque avergonzado por su espantón y habiéndose enterado de la relación de la muchacha, cambió de tienda, aunque le quedara más lejos.

Sin embargo, el destino todavía les depararía una última cita. María había enfermado gravemente, tenía ya 70 años y un cáncer se había apoderado de su cuerpo. En su lecho de muerte mandó a llamar a mi Tío Ramón para poder cerrar el tema que tenían pendiente e irse en paz. Ramón no tardó en llegar. Alrededor de la cama de María estaban sus hijos y marido, rezando, pidiéndole a Dios que la acogiera en su seno. María les hizo salir y se quedó a solas con Ramón, quien se había quitado su viejo sombrero y permanecía inmóvil, con la cabeza gacha al pie de la cama. 

BRUJERIA 3-Ramón, mi cielo, acércate, quiero contarte algo-. Apenas pudo susurrar María ya casi moribunda. «Hace poco que me he enterado lo que te pasó aquel día y no me quiero ir sin contártelo: Mi suegra era bruja, sí bruja…, pero no bruja por su carácter, bruja de verdad. Antes de morirse me contó que sabiendo mis pretensiones contigo y que su hijo también me pretendía, te hizo un trabajo. Un trabajo de brujería. Que te impidió llegar al baile. Y que además me hizo a mí un «trabajo de amarre de amor», y eso unido a la rabia que me dio tu ausencia, hizo que me casara y tuviera hijos…pero yo nunca he querido a otro hombre…lo siento mucho…te…quier…

Y María exhaló su última bocanada de aire. Y se fue tranquila, junto a su único y verdadero amor… pudo descansar. Pero mi Tío Ramón, nunca volvió a ser el mismo. Seguía trabajando como siempre y bajando con el burro al pueblo de vez en cuando, pero se encerró tanto en sí mismo que apenas hablaba con la gente. La vida había sido muy cruel con él. Murió soltero y sin hijos, pero lleno de amor. Amor que nunca pudo compartir, amor que un hechizo de magia blanca había hecho estéril, infructuoso, improductivo.

Mi tío Ramón protagonizó también un hecho histórico al rescatar a un aviador accidentado en Pino Gordo, arriesgando su vida en medio de las llamas el 10 de julio de 1.959, pero esa es otra historia, que les contaré más adelante. 

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