DESCONOZCO ESAS PLANTAS
Para Agustín Calderín que sé que me lee y a quien, además, debo buenos momentos y…malos también.
Nuestras casas estaban y están, una restaurada y la otra tal cual, bastante cerca, por lo que podríamos decir que vivíamos puerta con puerta. De tal manera que lo que sucedía en una de ellas tenía repercusión simultánea y de inmediato en la otra. Así pues, era inevitable que compartiéramos casi todo; penas, alegrías, enfermedades, escudillas de gofio, de harina, cacharro o caldero, asegún, de suero (tabefe), de beletén, de leche no porque había que hacer el queso y con este conduto ya sabemos todos, no se podía jugar.
En definitiva, que lo poco que teníamos estaba totalmente democratizado y socializado. Hablo de la casa de Amadito y Eulogita que eran los padres de Pedro, nuestro protagonista. Pedro Ortega o el de Amadito o simplemente Pedro Tortilla, que así lo conocíamos, habida cuenta que fue él mismo quien se adjudicó este dichete, ya que esa era su especialidad y debilidad, osease, ponerle sobrenombres a todo quisque viviente y en especial a sus tocayos, los innumerables Pedros que proliferaban por estos rumbos. De tal suerte que por aquellos tiempos, un tanto lejanos en el calendario, no quedó un Pedro por esta parte alta del municipio que él no rebautizara, saltándose alegremente toda norma eclesiástica o canónica del momento. De esta manera teníamos un Pedro Silvestre, un Pedro Cascarrias, un Pedro Matarile del que hablaremos más adelante, ya que de alguna manera es nuestro co-starring, y el mismo, Pedro Tortilla. Con toda seguridad había algún Pedro más que ahora mismo no recuerdo, y, la verdad sea dicha, y considerando la posible mala leche conque estuvieran elegidos estos apodos, no dejaban de tener su gracia y su lógica, un tanto inocentona si se quiere, pero lógica al fin. Ya que por ejemplo, Pedro Cascarrias pecoso; Pedro Silvestre, eso, asilvestrado y tosco; y Pedro Matarile, que rompía el molde. Delgado, de caminar danzarín, escurridizo y de hablar un poco fino para los gustos de la época. Y ya por último, el mismo Pedro Cascarrias, redondo, esparramao, no pequeño, vamos, cual tortilla de pocos huevos y muchas papas, para no cansarlos.